sábado, 7 de mayo de 2011

EMPIEZA LA MONTAÑA ( VIERNES 06-05-2011)

Esta semana tocaba salir el sábado pero, por problemas de una de los participantes (no diré nombres por no señalar), no pudo ser. Para que pudiéramos salir todos juntos (menos Sera, claro) quedamos en adelantar la jornada ciclista al viernes por la tarde.

Salir a las 15:30 supone un trastorno importante por el tema de la comida, así que, en casos como éste, el personal tira de bocadillos. Estamos hablando de la gente normal. Hay otra gente, entre los que no me queda más remedio que incluirme, que se dejan engañar por su mujer y con la cantinela de “ven rápido de trabajar que te tendré preparada una comida light para que luego puedas ir mejor en bici”. El diablo vestido de cocinera, ni más ni menos (más adelante entenderéis a qué me refiero). Obediente y sumiso llegué a casa a las 14:15 y, efectivamente, ya estaba preparada mi comida: arroz blanco con cebolla y tortilla de roquefort. Comí lo más deprisa que pude, me puse el traje de luces y salí de casa zumbando a por la bici.

Habíamos quedado en la Plaza Fleming y el tiempo, la verdad, no acompañaba. Hacía un calor espantoso, pero las inclemencias del tiempo forman parte del día a día del bicigrino, así que ni caso al sol.

Hoy teníamos la primera salida de auténtica montaña; teníamos pensado llegar hasta Galilea pasando por Puigpunyent, así que empezamos a dar pedales los tres con la soltura que nos caracteriza.

Pedaleando, pedaleando llegamos a Puigpunyent, a 220 metros de altitud. Son 14 kilómetros de subida, pero llevadera.

Llegando a Puigpunyent empecé a notar el estómago revuelto. La cebolla repetía, repetía y volvía a repetir y, para más inri, me flojeaban las piernas y, de vez en cuando, me venían ganas de vomitar. Esos síntomas ya no me abandonarían en toda la jornada. Además, aún bebiendo, tenía la boca seca. Parecía Bocaseca Man. En fin, que estaba hecho un cromo.

En Puigpunyent nos tomamos una especie de papilla energética de plátano y no sé qué más que, estábamos convencidos, nos iba a permitir subir a Galilea con el plato grande. Empezamos el ascenso conscientes de que nos quedaban 4 duros kilómetros hasta nuestra meta. Cada uno íbamos a nuestro ritmo. Malen y Joan, muy bien y yo haciendo lo que podía. Paré dos veces, una a beber y la otra a desbeber, aprovechando que me estaban esperando.

A duras penas (unos más, otros menos) y sudando la gota gorda, por el calor y por la pendiente, conseguimos llegar a la plaza de la iglesia de Galilea, a 441 metros de altitud, que no está nada mal.

Malen insistió en que me tomara una tónica para ver si la cosa mejoraba y ellos tomaron las Cocacolas de rigor. Esta vez no tocó merienda. No era la hora y no estaba el horno para bollos.

Estuvimos un rato contemplando el impresionante paisaje que se divisa desde el mirador y, por supuesto lo inmortalizamos en unas fotos.


Malen y Joan quisieron fotografiarse con el paisaje de fondo. Yo, en cambio, preferí llamar a la puerta de la iglesia para pedir ayuda para la vuelta.


En teoría, si la ida había sido todo subida, la vuelta tenía que ser todo bajada, ... pero no. No sé si era la flojera de mis piernas o el viento en contra que tuvimos, pero había momentos en que, cuesta abajo y pedaleando, costaba llegar a 20 km/h.

Lo bueno de la jornada es que conseguimos llegar a Galilea. Lo malo es que costó mucho, a mí al menos.

Una vez en casa, Yolanda (la cocinera diabólica) negó cualquier responsabilidad y achacó mi estado a una pájara producida por el fuerte calor. En fin, ¡qué mala es la culpa que no la quiere nadie!

Resumen de la etapa:

Distancia recorrida:   40,05 Km.
Tiempo empleado:    2:22:38 horas
Velocidad media:      16,85 Km/h.
Velocidad máxima:   42,18 Km/h.
Pendiente media en la subida a Galilea: 5,52%

No hay comentarios:

Publicar un comentario